El tango en Colombia: señales dispersas y sospechas
Leonardo Alba Mejía
En Colombia el tango ofrece muchas posibilidades. Es música, baile, poesía y fuente de inspiración para obras de teatro como San Gardel de Medellín, del grupo El Águila Descalza, novelas como Aire de tango de Manuel Mejía Vallejo y La Caravana de Gardel de Fernando Cruz Kronfly. Con el tango se han impulsado procesos de resocialización con distintos sectores sociales: marginados, discapacitados y ciegos.
El tango siempre estuvo aquí. “En esta esquina han sonado tangos toda la vida y seguirán sonando” ––insistía Lázaro Domínguez, amante de los tangos del barrio Restrepo. ––“No le dé tantas vueltas al asunto, el tango anda metido en nuestra vida desde antes que a usted le diera por averiguar sobre su historia. Aquí vino toda la vida un hombre que se la pasó escuchando tangos y hablando con los compositores de esas canciones. Este lugar fue como su segunda casa hasta que un día se murió cargado de tangos. Yo le cuento eso porque esa es una historia del tango y sucedió aquí, en esta tienda de Bogotá”.
Para Omar Fernando Borda, director de La Compañía Tango Danza, la historia del tango está en ese capítulo que escribieron Isabel, Bernardo Acevedo, su esposo, y el Che Arango. Isabel, una de las tantas bailarinas de tango en Bogotá, aprendió a bailar tango con el che Arango mientras Bernardo miraba y se les juntaba en todas sus andanzas. El día que el Che Arango murió ella entró a hacer parte de la leyenda. Para entonces Bernardo y sus hijas, Claudia Liliana y Carolina ya estaban convertidos en bailarinas de tango. El che Arango y Bernardo dejaron un legado con el que empieza la historia de los bailarines de tango en Bogotá.
“La primera vez que escuché tangos fue en el barrio Guayaquil de Medellín, antiguo templo de la música sureña, hoy arrasado por la modernidad. Los interpretaban seres anónimos que después de vender cigarrillos y dejar a un lado sus cajas de trabajo, se subían a un pequeño escenario para cantar como el zorzal. Entonces comprendí que la bella ciudad de Buenos Aires comienza en Medellín”, relata Fabio Martínez, columnista del diario El Tiempo.
El tango ha estado aquí desde que se escuchó en vitrolas y tragaperras de esas grabaciones que llegaron de contrabando a Medellín. Desde entonces se escucha en las cantinas, los bares de “ala muerte”y las casas de los coleccionistas que con un trabajo juicioso y cuidadoso se han convertido con el tiempo en sedes domésticas del tango.
Algunos acontecimientos nacionales confirman una tradición alrededor del tango en Colombia. Desde hace 18 años en Manizales se organiza el concurso nacional de baile y coreografía argentina, en el que participan de 15 a 20 parejas por los departamentos de Antioquia, Risaralda, Quindío, Valle y Cundinamarca, y es ya una tradicional Tangovía que convoca durante la feria de Manizales cerca de 15 000 personas. Otros concursos similares se realizan en Cali y en Medellín. Desde 1994 Cali conmemora en junio el aniversario de la muerte de Gardel con el espectáculo de la Escuela Piazzolla Tiempo de tango, que reúne en escena a 80 artistas entre bailarines, músicos y actores. Junto con estas iniciativas están los festivales de tango organizados por el Instituto Distrital de Cultura y Turismo desde 1996.
La historia del tango en Colombia es un tema lleno de conjeturas en el que la literatura también se aventura. La gente del tango, los coleccionistas y los bailarines sienten el tango como si fuese una cosa propia. Aquí se vive y se muere por el tango. Se asume como propio, tiene sus lugares de culto, desde las cantinas del viejo Caldas en las que todavía sobreviven las coperas, esas mujeres que se le sientan en las piernas a los hombres para subirle los ánimos, hasta las salas de los coleccionistas de este género que son convertidas en pistas de baile para recibir legiones de tangueros que ponen a prueba sus conocimientos de melómanos.
El tango alimenta eso que Luis Carlos Restrepo identifica como “la cultura maleva, surgida el calor del tango, que genera una imagen idealizada del pendenciero que se atiene a estrictos códigos de honor y pasa por encima de las leyes y el estado” (Restrepo, 2002, p. 128) y al mismo tiempo estimula una disposición eufórica para el reencuentro, el abrazo, y la misma ternura que tanto solicita este filosofo colombiano. Es un amigo de apocalípticos e integrados, malditos y románticos, en las horas placidas y tristes. Es una posibilidad de identidad. De darse un aire de tango. De creer que todos somos Gardel. De dar cuenta de la vida de unos seres silenciosos y ensimismados que pasan las tardes en los billares, de unas bestias mal heridas, de unos hombres sentimentales que matan y rezan. ¡Viva el tango! en una ciudad que acoge símbolos perecederos y sueña amores rosas, dándonos un explicación honda del difícil asunto de vivir. Digo con Mario Freiro Pombo ¡qué mejor que algo tan loco y tan profundo como el tango sirva para interpretarla¡
El tango está aquí entre nosotros como una bendición o una maldición, que cada quien vive a su manera para expresar con él el amor y el dolor y el ser habitante de un país en el que las cosas se hacen a los trancazos. Hugo Ángel Jaramillo en su libro: El tango: desde el burdel al Vaticano, le da un importante lugar dentro de nuestra cultura. Según él, “El tango vino a ser un desfogamiento de identidad, así no fuera autóctono. Se vivió como si lo fuera. Es expresión de una cultura reprimida. Teniendo como marco una vida pastoral y urbana tallada entre luchas por vivir decente, el tango entro por la puerta grande y se quedo aferrado al alma del sentimiento popular. El grito desgarrador e irreverente de la melodía Argentina, encontró propicia la nutriente del hombre antioqueño. El mismo hombre pendenciero y andariego, boqui sucio y amante de la cantina o el prostíbulo, y a su vez varonil para dirimir pleitos o defender sus valores culturales. No obstante, trabajador, patriarcal y muy independiente.”(Angel, 2001, p. 13) Y, agrega: “Si el tango es introvertido, encontró el mejor caldo de cultivo en una sociedad con muchas desilusiones... y, dentro de ese ambiente de resentimientos, no hay otra canción que se adecue al espíritu como el tango, la canción doliente. Gardel es un ídolo. Su voz varonil y pastosa entra por los poros con una honda receptividad que colma las angustias y el abandono” (Ángel, 2001, p. 14).
Hay muchas maneras de vivir el tango, cada cual hace con el cómo suelen decir los mal hablados, ¡Lo que le venga en gana! Dicho de otra manera, el tango es lo que cada cual quiere que sea. El coreógrafo argentino Oscar Alaraiz revela su sentir: “Me parece que el tango es lo que cada uno deposita en él. Trágico para unos. Pasional para otros. Y para los empresarios comercial”. Hay quienes con él se dan un lugar en el mundo y declaran su existencia. Otros lo convierten en objeto de estudio y de culto. Hay quienes veneran en él sus declaraciones de despecho y de reto. Otros le quitan el puñal para comunicar con él la ternura y en esa gama de posibilidades el tango también puede ser un camino para la reconciliación nacional.
Nuestro imaginario habitado de violencia no es tampoco una cosa inmodificable y en esta medida es justa la apreciación que recoge Hugo Ángel de Rubén Ardila, que matiza sus anteriores apreciaciones: “no se puede afirmar que la situación del pueblo colombiano sea fija, ni determinada. Pensamos que es dinámica y cambiante. Pero no existe nada en la naturaleza del hombre colombiano que lo lleve a ser melancólico, perezoso, amante de las artes, poco interesado en la ciencia, verbalista, apasionado por la política, orientado hacia el pasado, agresivo y violento con sus congéneres, y poco práctico. Esta lista de características no tiene nada de real y cada una de ellas se pueden modificar” ( Ardila, p. 32).
A pesar de este movimiento alrededor del tango y de esos hechos que le abren un lugar dentro de nuestra idiosincrasia e historia, para Rubén Raffa (q.e.p.d.), periodista argentino radicado en Colombia y realizador del programa radial Tango club, que se transmite por la Radio Nacional, “este hijo del bajo fondo no genera indiferencia pero tampoco un gran apasionamiento. Hay un cariño especial. Hay una familia del tango”.
Tango que es un retazo dentro de esa gran colcha de retazos que es la cultura en Colombia. Retazo en el que cabe la vida de las cantinas, el monólogo de Jairo el muchacho devoto del Sagrado Corazón de Carlos Gardel en Aire de tango, la cháchara de los que cuentan cosas por la radio y luego ponen tangos, las blasfemias de Marielita en El Viejo Almacén del barrio La Candelaria, los testimonios de los bailarines que bajan de las montañas a bailar en Los faroles de Manizales, los relatos de las mujeres que todavía ejercen su oficio de coperas, los recortes de periódico que guardan muy bien o pegan en sus paredes los bailarines de tango.
La discusión sigue abierta sobre si el tango en Colombia es en realidad un fenómeno de multitudes o una cosa de pequeños grupos de cultores diseminados por todo el paìs. Sin embargo, está aquí entre nosotros, se vive como cosa propia y ofrece muchas posibilidades. Es cobija para necios y desamparados y pretexto para juntar a cronopios y despistados.
El tango en Bogotá
No hay muchas noticias sobre cómo llegó a Bogotá. Se culpa al gremio de los zapateros y los emboladores que andaban escuchando tangos todo el tiempo, a la llegada de los antioqueños y se habla de un ambiente tanguero bogotano. Se dice que el ex presidente Alberto Lleras Camargo lo bailaba. Los personajes que puedan dar fe de esto están muertos. Queda un bar en el barrio las cruces, una legión, Amigos de la música porteña, que escucha con devoción tangos en el barrio Restrepo todos los sábados. Se cuentan historias inconclusas. El tango, declarado por la Unesco patrimonio cultural de la humanidad, es en Bogotá un fenómeno de grupos de cultores, eventos aislados, programas de radio y cotidianidad de bares y cantinas.
El tango asiste de vez en cuando a la rutina citadina y abre sus puertas para tímidos y desquiciados, pone a charlar a los desconocidos. Parece una cosa clandestina, que se esconde y hay que salir a buscar. Rueda por entre esta ciudad donde vive la ira de los desarraigados y ciertos sueños íntimos de libertad, de fundirse y de encontrarse con el otro.
Existen en Bogotá unos lugares que se han convertido en la referencia para cualquier persona que guste de los tangos. El Guara, La esquina del tango, El Cream Pereira, El Viejo Almacén, la fundación Piazzolla Escuela de Tango, el Café de Buenos Aires más otros acontecimientos que invitan a estas legiones de amantes del tango a encontrarse.
Bogotá participa de esta cultura a través de esos centros de carácter comercial y otros eventos organizados por grupos como la Asociación Baila Tango, el Centro de Estudios de Ritmos Argentinos (CEDRA), El Círculo de Amigos de la Música Porteña, la Fundación Piazzolla escuela de tango y a través de los eventos organizados desde 1996 por la Gerencia de danzas del Instituto Distrital de Cultura y Turismo, que convoca a los bailarines de tango y les abre los más importantes escenarios de la ciudad. Por aquí ha andado el tango como un desterrado que algunos acogen, como un barco lleno de locos y sabios, como una cosa rara y familiar. Como algo sobre lo que se acostumbra a comentar: Tú si sabias que mis abuelos bailaban tango y que Gardel cada día canta mejor.
El destino del tango entre nosotros
El destino del tango entre nosotros los colombianos: recrearnos en nuestra tragedia y acomodarnos en la mediocridad o hacer el inventario de nuestros fracasos y juntarnos para reconstruir el tejido social y de paso construirnos como artistas, reconocernos profundamente románticos y valientes.
Entre nosotros constituye una razón para juntar a los habitantes de un país que se mueve entre el proyecto de ser una nación donde convivan todas las fuerzas y movimientos o siga optando por el camino de esa guerra que podría aniquilar también un interesante proyecto como el darle un verdadero impulso a la cultura del tango entre los colombianos.
Entre nosotros los colombianos el tango es de las pocas cosas que rompe con nuestra vieja costumbre de la desconfianza y del miedo. Quizás sigue siendo objeto de culto y de estudio de pequeños grupos y sólo se sigue observando en el su tono desesperanzado y triste pero esto no es esa su única naturaleza. En el mundo entero aumentan cada vez más los amantes del tango y los festivales. Esto va configurando una cultura que le ofrece un buen refugio a esta humanidad que cuando ya no tiene más a que apostarle el tango los recibe como si fuera el abrazo de un demonio feliz.
Acostumbrados como estamos al diletantismo, al despelote, al caos y viene el tango danza con su geometría, sus códigos a plantearnos su orden, a hacer su voluntad con nosotros. Este es un interesante acontecimiento que se da gracias a la irrupción del tango danza en una realidad que parece teñida todo el tiempo por la sorpresa y la incertidumbre, por la algarabía y la desconfianza. Esta llegada del tango danza es también un llamado al diálogo con los cuerpos y la palabra. Un oficio que hay que recuperar después de tanto silencio acumulado.
Con el tango se junta lo que no tiene regreso, lo anónimo, lo que esta por brotar, todo lo que hable de un país que sabe de inventos, retahílas y cuentos raros. Se junta todo eso que somos el instinto de los guerreros, la embriaguez de los poetas y el orden mental de los osados. Y desde el tango también se desarman las almas, se hace el inventario de los fracasos colectivos y personales y se sigue intuyendo salidas.
Los sitios en los que se instalo el tango hace 30 o 40 años están ahí en las principales ciudades de Colombia y en pueblos apartados de nuestra geografía Como templos para almas que buscan un lugar donde poner su humanidad.
Educar con el tango danza
Partamos de un hecho: Nuestra natural y espontánea vocación para el baile que da cuenta de lo que somos, de una manera de ser y de ver la vida. Todo lo que son temas problemáticos y actuales en la sociedad colombiana: la incomunicación, la atomización de las relaciones, el conflicto adquieren un forma menos problemática, mas didáctica e incluso esperanzadora desde el tango danza.
El tango danza que se enseña en la Fundación Piazzolla Escuela de tango (filial del estudio Dinzel de Buenos Aires) tiene cierto principio de organización en el que se funciona como un todo orgánico de mutua retroalimentación y aprendizaje y desde ahí cada vez es mas vivo la disposición de explorar el movimiento a partir del Sistema Dinzel de notación coreográfica. La comunidad (el proyecto Juventango, mirando la vida con otros ojos y los alumnos regulares de la escuela) están situadas en un permanente ejercicio de descubrimientos a partir del movimiento que luego se traducen en hechos artísticos y reflexivos. Desde esta propuesta se legitiman cada vez más las aspiraciones de muchos jóvenes de convertirse en artistas de este arte popular que luego replican la experiencia en sus localidades y otros municipios y ciudades.
En el tango danza se da ese doble juego de idealización del otro pero también de aceptarlo como es y desde ahí es posible profundizar en un diálogo que se vuelve danza.
Este diálogo puede adquirir un sentido meramente práctico y funcional o ser un vínculo amoroso y solidario. Lo funcional tiene sus razones en la necesidad de atender las ofertas que cada vez son mayores en una sociedad que se enamora más del tango y descubre en su poesía elementos de su drama y su comedia. Mas allá de esta manera como se sucede la danza, El tango danza puede ser una interesante herramienta para provocar el entendimiento, para generar una cultura democrática.
Plantear una educación desde el tango danza es también moverse entre ese condicionamiento cultural de una país en el que muchos hacen la presentación de sus proyectos y propuestas desde el discurso dolido del cuanto cuesta mantenerlos vivos o desde los que pontifican y nos piden acogernos a los referentes tradicionales, es entrar en ese ejercicio delicado y necesario de sospechar nuevos lenguajes, imaginarios, relatos en los que se teje una serie de posibilidades.
Desde el tango danza se sigue corriendo el más bello de los riesgos: el de la creación artística. Con el tango danza se crea en el presente, se puede enfrentar el devenir haciendo “el uso delicado de la fuerza” se puede danzar hacia lo posible: el reencuentro amoroso o fraternal, el redescubrimiento de nuestros cuerpos, ponerle movimiento a la ensoñación, desatar el entusiasmo, ir en contravia de lo incierto, incluir en estos tiempos de conflicto el tiempo de una negociación que parte de los cuerpos.
Y así no se instrumentalice el tango danza para estos propósitos seguirá vivo entre nosotros los colombianos habitando el paisaje nocturno: Bares, cantinas y cafés seguirán albergando como lo han hecho durante años seres que andan comprendiendo el difícil arte de vivir a través los tangos (así como también otros lo hacen con los ritmos del caribe).
Y seguirá pareciendo un asunto de ciertas “legiones de ángeles clandestinos” que se reúnen a escucharlo y danzarlo e inauguran territorios para el tango. No importa que sea un préstamo cultural a muchos les ha dado un lugar en el mundo, los ha convertido en artistas y otros se han erigido desde su culto a sus compositores, cantantes y orquestas en guardianes de su legado poético y musical. Han ganado un espacio donde se hace vigente y posible la humanidad con su inventario de frustraciones y anhelos. Por que el tango puede ser de las pocas cosas que nos junta y nos hace iguales en la transitoria ensoñación de la noche.
El tango seguirá instalado en nuestra alma popular así como hace años se fundió con el ser porteño. Alrededor de este lugar que sigue siendo extraño para algunos se seguirán juntando despistados, apocalípticos, románticos, humildes y soberbios que se juntan un rato alrededor del tango y luego salen despavoridos o serenos a atender las prisas de un país que no colapsa porque la fe también se la da la música, el tango, la música del caribe. Un país que tiene una ética construida por lo que desde hace años le vienen diciendo las letras de las canciones.
Bibliografía
Ángel Jaramillo, Hugo. El tango: del burdel al Vaticano. Pereira, Colombia: Editorial Gráficas Olímpica, 2001.
Ardila, Rubén. Psicología del hombre colombiano. Bogotá: Planeta, 1986.
Pombo Freiro, Mario. El tango mítico. Buenos Aires: GEL Grupo Editor Latinoamericano, 1992.
Restrepo, Luis Carlos. Más allá del terror: abordaje cultural de la violencia en Colombia. Bogotá: Aguilar, 2002.
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Leonardo Alba Mejía
Heredero artístico de la bailarina de tango Marta Cecilia Mejía. Es artífice en Colombia de la Escuela de Tango Piazzolla, dedicada a difundir el tango danza en su forma auténtica y esencial en teatros de Bogotá y de Cali. Ha participado en la cumbre mundial de Lisboa en 1997 y en 2002 recibió el premio concedido por la Alcaldía Mayor de Bogotá en la modalidad de creación artística. Ha combinado su labor como docente del tango danza y bailarín con su otra profesión de periodista y comunicador social de la Universidad de la Sabana de Bogotá. Desde el 2002 viene trabajando en una investigación que recoge los testimonios y la historia de la gente que en Colombia difunde, vive y participa del mundo del tango y que está en proceso de publicación por iniciativa del Instituto Distrital de Cultura y Turismo de Bogotá junto con otras investigaciones y memorias sobre la danza en Colombia. En la actualidad se desempeña como docente del programa Tejedores de Sociedad y se encuentra gestionando los recursos para la realización de tres proyectos relacionados con el tango danza desde la Fundación Piazzolla.